En esta entrevista, la Dra. de la Vega-Hernández comparte su recorrido desde Cuba hasta Austria y más allá, liderando ahora investigaciones de vanguardia en descubrimiento de fármacos en el ICIQ. Su historia ofrece perspectivas e inspiración para la próxima generación de científicos globales.

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Originaria de Cuba, la Dra. Karen de la Vega-Hernández se trasladó a Viena, Austria, con una beca Ernst Mach para trabajar bajo la guía del Prof. Vittorio Pace en química organometálica. Posteriormente, se mudó a París, Francia, para realizar su doctorado en química organometálica y radical en la Universidad de la Sorbona, bajo la mentoría del Dr. Alejandro Pérez-Luna y el Prof. Franck Ferreira.

En 2022, Karen obtuvo la beca posdoctoral COFUND I2: ICIQ Impulsion en el Instituto de Investigación Química de Cataluña (ICIQ). Allí trabajó con los grupos de investigación de los profesores Pablo Ballester y Marcos G. Suero, avanzando en estudios de catálisis supramolecular y química orgánica física.

Su beca también incluyó una estancia de investigación en la Universidad de Cambridge, donde colaboró con el Prof. Robert Phipps en trabajos pioneros en fotocatálisis y síntesis asimétrica.

En 2024, Karen inició su beca posdoctoral Marie Curie en el grupo del Prof. Suero en el ICIQ. Su investigación actual se centra en la funcionalización en etapas finales de moléculas farmacéuticas, con el objetivo de impulsar la innovación en el desarrollo de medicamentos y el diseño molecular.

Lee la entrevista completa para una mirada reflexiva a una carrera de descubrimiento y al futuro de la química.

En conversación con la Dra. Karen de la Vega-Hernández

¿Cómo cree la Dra. que la química radical influirá en el desarrollo de metodologías sintéticas durante la próxima década?

La química radical ya no trata de reactividad que simplemente toleramos, sino de reactividad que diseñamos. Antes limitada por condiciones drásticas y poco control, ahora se está transformando gracias a la fotocatálisis y la electroquímica modernas, que nos permiten generar y guiar intermediarios radicales bajo condiciones sorprendentemente suaves, con niveles de quimio-, regio- e incluso estereocontrol que antes parecían inalcanzables. Estos avances no solo reviven transformaciones clásicas, sino que abren nuevas desconexiones, simplifican modificaciones en etapas finales y desbloquean reactividades ortogonales que complementan la lógica polar. En la próxima década, la química radical pasará de la periferia al centro de la planificación sintética, influyendo no solo en lo que podemos crear, sino en cómo pensamos la síntesis.

¿De qué manera imagina que su trabajo actual podría aportar a la construcción de pipelines de descubrimiento de fármacos más sostenibles y eficientes?

Mi trabajo actual se centra en desarrollar nuevas herramientas para la funcionalización en etapas finales de moléculas farmacéuticas, un enfoque que permite a los químicos modificar estructuras complejas sin tener que reconstruirlas desde cero. En el grupo del Prof. Suero, hemos desarrollado un novedoso reactivo de carbono atómico que funciona como un “punto de ensamblaje” modular para construir centros estereogénicos en moléculas complejas. Esto es particularmente relevante dado que más de dos tercios de los medicamentos recetados contienen al menos un centro estereogénico, crucial para la actividad biológica y la selectividad. Nuestra estrategia permite la instalación paso a paso de múltiples sustituyentes a través de un solo átomo de carbono, simplificando la síntesis de análogos y ampliando la diversidad estructural.

En paralelo, estoy realizando estudios mecanísticos para comprender mejor el comportamiento de intermediarios reactivos clave, un paso crucial para ampliar el alcance y la fiabilidad de estas transformaciones. Al combinar reactividad innovadora con comprensión fundamental, nuestro objetivo es construir una plataforma de diversificación en etapas finales que no solo acelere la optimización de compuestos líderes, sino que también reduzca residuos sintéticos y el uso de recursos. En última instancia, este trabajo busca tender un puente entre la investigación básica y la aplicación práctica, favoreciendo pipelines de descubrimiento de fármacos más eficientes y sostenibles.

¿Hubo desafíos inesperados o momentos decisivos durante su doctorado?

Uno de los desafíos más formativos llegó cuando pensamos que habíamos alcanzado los límites de nuestra metodología. Logramos desarrollar con éxito la germilzincación radical de una amplia gama de alquinos α-sustituidos con heteroátomos. Pero al trabajar con alquinos más convencionales y menos reactivos, la hidrogermilación radical se convirtió en la vía predominante. No fue inesperado—esta reacción lateral es bien conocida y ya la habíamos encontrado y controlado antes—pero, sin importar cuántas condiciones probara, seguía siendo el único resultado con esos sustratos. Empezamos a aceptarlo como una limitación natural del sistema. Sin embargo, durante los dos primeros años de mi doctorado realicé muchos experimentos mecanísticos para entender cómo se comportaban estas dos rutas radicalarias en diferentes condiciones con ynamidas. Una mañana, revisando datos antiguos, algo hizo “clic”. Las piezas estaban allí, pero no había visto el panorama completo. Ese cambio de perspectiva me ayudó a reconocer patrones clave, lo que me llevó de vuelta al laboratorio para probar un experimento crucial. Finalmente, desarrollamos un protocolo selectivo y eficiente de germilzincación para alquinos internos convencionales, una clase de sustratos que inicialmente creíamos inalcanzables. No fue un avance repentino, sino el resultado de una persistencia a largo plazo y una observación cuidadosa.

Otro momento que recuerdo con cariño fue cuando intentábamos identificar un compuesto desconcertante que había aislado tras una cromatografía en columna de sílica gel. Surgió la audaz sugerencia de que podría tratarse de un complejo de divinilzinc, algo poco probable dada la sensibilidad de estas especies. Recuerdo a Alejandro diciéndome: “Consigue cristales. Estoy seguro de que puedes hacerlo”. Tenía mis dudas, por decir lo menos. Pero su confianza me marcó. Lo intenté, y aún recuerdo el momento en que los dos mirábamos dentro del matraz frío mientras comenzaban a formarse los cristales. Ese momento me recordó que, a veces, lo que impulsa un proyecto no es la certeza, sino la confianza.

Con base en sus experiencias, ¿Qué consejo daría a los investigadores en etapas tempranas que transitan caminos similares?

No todos los caminos son lineales, ni tienen por qué serlo. Las cosas no siempre saldrán como se planea: los experimentos fallan, los tiempos cambian, las carreras se detienen y se reinician. Eso no significa que lo estés haciendo mal. Las buenas ideas requieren tiempo. El progreso no siempre es visible de inmediato.

No necesitas una trayectoria impecable, solo un trabajo honesto y reflexivo. Busca personas que te reten y te apoyen: eso puede marcar la diferencia. Y si vienes de un entorno subrepresentado, recuerda: tu perspectiva es una fortaleza, no una limitación.

Mantente abierto al movimiento entre disciplinas, países e ideas. Una carrera significativa no tiene que seguir una fórmula. Protege tu curiosidad. Haz espacio para la alegría en el descubrimiento. Y deja que tu historia sea tuya, especialmente cuando no encaje en el molde.

¿Hubo programas, mentores o comunidades que la ayudaron a transitar las primeras etapas de su carrera en un nuevo entorno?

Definitivamente. Adaptarme a nuevos entornos—ya sea a sistemas académicos, culturas de investigación o países—ha sido una parte definitoria de mi carrera, y he tenido la fortuna de contar con personas y programas clave que me han guiado.

El Prof. Vittorio Pace, junto con la beca Ernst Mach en la Universidad de Viena, me brindó mi primera oportunidad en Europa. Esa experiencia impulsó mi camino científico en la química orgánica y me ayudó a adaptarme a una nueva cultura académica. Más tarde, durante mi doctorado en Francia, conté con el fuerte apoyo del Dr. Alejandro Pérez-Luna y del Prof. Franck Ferreira. Estoy especialmente agradecida a Alejandro, quien desempeñó (y aún desempeña) un papel central en mi carrera científica.

Cada traslado—de Cuba a Austria, Francia, España y el Reino Unido—implicó un proceso de adaptación, y mi formación posdoctoral continuó ese aprendizaje. En los laboratorios de los profesores Pablo Ballester, Marcos Suero y Robert Phipps, obtuve no solo conocimiento científico, sino también modelos de liderazgo y colaboración. Cada uno de ellos, de manera consciente o no, me dejó lecciones que espero aplicar algún día en mi propio estilo de mentoría.

Programas europeos como la beca COFUND I2: ICIQ Impulsion y la beca Marie Skłodowska-Curie han significado más que financiamiento; me brindaron estructura, redes y flexibilidad que facilitaron crecer en nuevos contextos.

Finalmente, estoy agradecida con las comunidades académicas internacionales que he encontrado en cada grupo. Pequeños actos de solidaridad y empatía—alguien que te ayuda a instalarte, que te explica cómo funcionan las cosas o que simplemente te hace sentir bienvenida—han marcado toda la diferencia. Y, por supuesto, nada de esto habría sido posible sin el apoyo constante de mi familia.

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